Después de Dios, la olla, y lo demás bambolla, decían nuestros antepasados del Siglo de Oro. La olla era la llamada olla podrida, la madre de todos los cocidos, y la bambolla era y es, según el Diccionario, una cosa fofa, de poco valor, y también ostentación excesiva y de más apariencia que realidad.
A estas alturas sigue habiendo gente que investiga el origen del cocido, de la olla, del puchero. Se habla de la adafina, una comida completa que los judíos preparaban para el sábado; los cristianos habrían añadido al plato diversas porciones de cerdo, y de ahí vendría su versión, es decir, la olla. Sí sabemos que los cocidos españoles y americanos provienen de esa olla, que se llamó podrida.
La olla, el cocido, el puchero son el sueño del hambriento y del glotón de todas las épocas: para Sancho Panza, el Paraíso debía de parecerse mucho a aquellas bodas de Camacho en las que ocas y capones servían de espuma de las ollas del festín nupcial; Pantagruel podía soñar con un buen “pot-pourri” (olla podrida) lleno de suculencias. Porque un cocido es eso: un conjunto de suculencias más o menos armonizadas. ¿De dónde viene? Lo único que está claro es que para cocer algo en agua es necesario contar con un recipiente “ad hoc”, de modo que el cocido presupone la invención de la alfarería. A partir de ahí la idea de meter verduras, legumbres, carnes y aves en un puchero para conseguir caldo, un plato de vegetales y otro de carnes se le pudo ocurrir a cualquiera.
Fuente: Listin Diario